La Inteligencia Emocional: Pensar desde el corazón
Las emociones juegan un papel fundamental en la vida, estando presentes desde nuestra infancia y desarrollándose a lo largo de toda la existencia. Nos permite adaptarnos tanto a las personas de nuestro entorno como a todas las situaciones donde somos partícipes, así como siendo un medio natural de supervivencia en el desarrollo evolutivo del ser humano.
A través de la experimentación de las distintas emociones segregamos neurotransmisores (moléculas que transportan información desde una célula nerviosa hacia otra) que son fundamentales en nuestro equilibrio psíquico. De esta manera, cuando experimentamos felicidad nos inunda la dopamina, encargada de la búsqueda del placer, al igual que al dar un abrazo a un ser querido, donde liberamos oxitocina, asociada a los vínculos afectivos. Por otra parte, al sentirnos realizados con nosotros mismos está presente la serotonina, relacionada con la confianza y la autoestima, mientras que ante una situación de peligro, nuestro cuerpo segrega adrenalina y noradrenalina, que nos permite aumentar nuestra alerta y reaccionar rápidamente.
Mediante todo este conjunto de “bombardeo químico” por parte de las emociones, no es de extrañar que tengan una gran influencia sobre nuestra cognición, siendo ello la base de lo que se conoce actualmente como “inteligencia emocional”. La inteligencia emocional es un concepto relativamente novedoso en psicología ya que su aparición se produjo a finales del siglo XX a raíz de los estudios llevados a cabo por J. D. Mayer y P. Salovey sobre cognición y emoción. Estos autores definen la inteligencia emocional como la habilidad que posee el ser humano para percibir e identificar emociones, generar pensamientos a partir de los sentimientos, comprender las emociones tanto internas como externas, y regular dichas emociones consiguiendo a su vez un crecimiento emocional e intelectual. Esta definición está enmarcada dentro de los Modelos de Habilidad de Inteligencia Emocional, los cuales están focalizados en el uso de las emociones para la mejora de la capacidad cognitiva y racional. En concreto, el modelo propuesto por Mayer y Salovey (1997) presenta cuatro ramas que configuran las habilidades necesarias para el desarrollo de la inteligencia emocional. Dichas habilidades están organizadas de manera jerárquica, ya que se parte desde los procesos psicológicos más básicos hasta los más complejos, los cuales son:
- Percepción emocional: Habilidad para identificar, valorar, expresar y discriminar las emociones, tanto en uno mismo como en los demás.
- Facilitación emocional: Habilidad para desarrollar pensamientos en base a nuestras propias emociones.
- Comprensión emocional: Habilidad para etiquetar y conocer las relaciones existentes entre los pensamientos y sentimientos.
- Regulación emocional: Habilidad para manejar y moderar las emociones, tanto agradables como desagradables, así como reflexionar acerca del valor informativo de las emociones.
Es tal la aceptación que tiene hoy en día la influencia de nuestras emociones sobre nuestros pensamientos que, desde hace relativamente pocos años, se puede observar una gran cantidad de bibliografía al respecto, así como programas de entrenamiento en inteligencia emocional que forman parte del currículo escolar, y es que es desde ahí, desde las bases del sistema educativo, donde se ha de enseñar a los niños y niñas a identificar, comprender, facilitar y regular sus emociones, lo que les permitirá en su futuro ser competentemente emocionales, y con ello reducir en el futuro posibles casos de bullying, fracaso escolar, depresión y/o suicidio, entre otros.
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